Durante los años que vivimos peligrosamente (2003-2008) y que nos han llevado al infecto cenagal en el que nos encontramos desde que comenzó la crisis, parecía que habíamos entrado en “la gran moderación”.
Corría el mes de agosto de 2007 cuando Brad DeLong, una de las máximas autoridades por aquella época en política monetaria en los EEUU, escribió:
“Han transcurrido 20 años desde que Alan Greenspan se convirtiera en presidente de la Reserva Federal estadounidense. Desde entonces, se ha producido la tasa de aumento de la renta media mundial más rápido de cualquier generación, así como unos estallidos notablemente escasos de desempleo masivo que causarán deflación o destrucción de la riqueza. Sólo la década y media perdida por Japón y las privaciones de la transición poscomunista se consideran catástrofes macroeconómicas de una magnitud en otro tiempo deprimentemente común. [...] Por tanto, mi opinión es que haríamos bien en apostar por la teoría de que los bancos centrales hoy están más preparados y tienen una visión más aguda y menos tendencia a dar saltos miopes o permitir que los hagan saltar de un lado a otros unos señores políticos que cambian impredeciblemente los objetivos que ellos en principio persiguen año tras año. Ojalá esta situación dure muchos años”.
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